Home

Por Alberto Arceo Escalante

– Sección Imagen.

http://yucatan.com.mx/imagen/arte-y-cultura/rebeca-huerta-crear-esencias-escultoricas

SONY DSC

Recientemente la filosofía y la ciencia han animado en las prácticas artísticas la reflexión en torno a la construcción de los objetos y su relación con el hombre y el mundo, diversificando y enriqueciendo sus discursos más allá de conceptualismos obvios y simplistas. Si bien la impronta de la ola “ready made” fue decisiva en la historia del arte, para gran parte de los públicos, a medida que pasa el tiempo, va constituyendo una promesa incumplida.

En ese sentido es pertinente revisar con detalle la producción que se concentra en la elaboración del objeto artístico; trascendiendo la influencia duchampiana y apostando por la fundación de la esencia a partir del proceso de la manufactura especializada. Al mismo tiempo, esta revisión ontológica de la substancia del arte y sus procesos de transformación, nos concierne como región al entrañar una reubicación de la sensibilidad, una relocalización geográfica y temporal de la obra y una reespecificación de sus cualidades artísticas; devolviéndole a la intuición y a la factura más franca su espacio primordial.

En ese campo se sitúa la obra de Rebeca Huerta y la pieza “Infinita primavera” que acompaña este texto y fue expuesta por primera vez en Praga en el 2012. La sugerente forma deriva de un juego exploratorio de la banda de Möbius, una superficie con un sólo borde y una sola cara que, al recorrerse, se regresa al mismo punto.  La banda es fácilmente reproducible al unir los dos extremos de una cinta por sus lados contrarios. Esto mismo sucede con la forma tridimensional de esta pieza ya que puede seguirse táctil o visualmente sus bordes o sus caras de manera infinita. Del mismo modo la escultura no es orientable, no se sabe de cierto como colocarse para exhibir pues no posee una verticalidad u horizontalidad predispuesta. Asimismo se observa en la pieza una preocupación por sus condiciones táctiles y no sólo visuales; la textura y color de la obra acusan, por medio de la organicidad, la curvatura y la tersura, su carácter sensual y femenino. Son piezas para tocar no para ver.

Me parece que esta pieza específica  se sostiene sobre la originalidad, no porque sea resultado de procesos que operen con la idea modernizante de crear algo “nuevo”, sino porque es producto de volver a los orígenes.  En la obra general de Rebeca, sobre todo aquella después del 2008, persiste un carácter singularmente obstinado pero efectivo, un proceso intricado y, sin embargo, natural.  La atinada relación que guarda la hechura conceptual con la formal deriva de disciplinar la creatividad a los mandatos de la técnica y el taller. Quizá esto mismo es lo que la mantenga en períodos de aletargamiento en su productividad artística.

Rebeca Huerta creció en Mérida y estudio artes en San Miguel de Allende; al concluir realizó dos estancias en Pilchuck School of Glass en Estado Unidos y se dirigió a República Checa con la artista Jaroslava  Bruchtova para trabajar en el taller Lhotsky Pelechov por varios años. Actualmente reside de nuevo en Yucatán.

Deja un comentario